A finales del siglo XVII las misiones de los jesuitas españoles (Compañía de los
amigos) en Japón y China se vieron amenazadas por la querella de los ritos dividiendo el mundo católico procediente de Europa.
ACTO I
Teodoro: Monseñor, Monseñor ¿Habéis oído hablar de Cipango?
Alfonso: Y de Catay, hermano mío
Teodoro: Aquellas tierras no interesan, dicen que se comen a la gente.
Alfonso: En África se comen a la gente, en Catay no.
Teodoro: (Confundido) ¡Ehhhh! Pues, escuche que en Catay tienen un arte milenario
de torturas atroces.
Alfonso: Teodoro, nosotros también daríamos miedo a cualquier persona, ¿Has visto
todos los métodos que tenemos para hacer hablar a los herejes?
Teodoro: Pero eso es la voluntad del Señor.
Alfonso: ¡Hijo mío! Que usted se corta el pelo completamente y se pinta las cejas con cagadas de paloma y carbón por miedo a que le quememos.
Teodoro: Aquellas brujas me echaron una maldición de transformación, además invocaron
al mismísimo Satanás para que me poseíese.
Alfonso: ¿Sus hermanas? ¿Aquellas buenas feligresas que dijeron que tú eras hijo
de Satanás? ¿Y para exculparse usted dijo que le habían
hechizado y deberían de arder en el infierno?
Teodoro: Exacto, esas rameras de lucifer me embrujaron.
Alfonso: Teodoro, usted sabe muy bien porqué le acusaron sus hermanas, pero puedo
volver a recordádselo.
Teodoro: El diablo me poseía y me obligaba a tener relaciones pecaminosas con mis
hermanas, hasta que el diablo desapareció
Alfonso: Más bien que su padre se enteró de vuestras orgías desenfrenadas.
Teodoro: También tuvo que ver, pero desde entonces el diablo dejo de molestarme.
Alfonso: La paliza que te metió le debió de asustar más a él que a ti.
Teodoro: Para olvidarme de algo así.
Alfonso: Sus hermanas estaban tan rabiosas de no poder poseerte que si no eras para
ellas debías de morir y por eso le acusaron de brujería Señor Teodoro.
Teodoro: Y, ahora, son ellas las que arden en el infierno.
Alfonso: Es una lástima que el camino del Señor sea así. Una verdadera lástima.
Teodoro: ¿Monseñor?
Alfonso: Sus hermanas eran muy guapas.
Teodoro: ¡Don Alfonso!
Alfonso: (Intentado quitarle hierro a la conversación) ¿Y por qué pregunta por Cipango?
Teodoro: ¡Ah! Se me había pasado. ¿Sabe algo de Cipango?
Alfonso: Sé algunas cosas, pero conociéndote supongo que me preguntarás sobre alguna empresa que se dirija hacia allí.
Teodoro: Sí Monseñor.
Alfonso: La semana que se van del puerto de Cádiz hacia Catay y Cipango una gran empresa impulsada por nuestro rey, eso es lo único que sé Teodoro.
Teodoro: ¿Hará falta alguien para evangelizar a aquellas pobres almas?
Alfonso: Siempre hacen falta. Catay necesita más misioneros (Teodoro no deja terminar
a Alfonso)
Teodoro: No, en Catay que se ocupen otros, no quiero acabar cortado en mil pedazos.
Alfonso: ¿Mil pedazos?
Teodoro: Sí, una tortura de esas milenarias que dan mucho miedo
Alfonso: Bueno, debe de saber que en Cipango es igual o más peligroso y no hace falta
tanta gente.
Teodoro: ¿No querra que termine hecho a pedazos y comido por ellos? ¿Podrá soportar
eso su conciencia?
Alfonso: No ni mucho menos.
Teodoro: Entonces, ¿Dónde hay que ir para apuntarse?
Alfonso: Debes de tener mi bendición.
Teodoro: Gracias.
Alfonso: No corra tanto, si le doy mi bendición deberá de cumplir un trato conmigo, ¿Entiendes?
Teodoro: De acuerdo y qué trato es
Alfonso: Pasar un mes evangelizando a los habitantes de Catay.
Teodoro: Don Alfonso usted sólo quiere verme en mil pedazos.
Alfonso: No, sólo veo a un hombre con interés en un lugar alejado de la mano del
Señor. A saber qué quiere hacer.
Teodoro: Transformar aquellas personas que no han escuchado, aún, la voz del Señor.
Alfonso: Algo escondes detrás de esa máscara de buena persona. Nos conocemos desde
que eras un niño. Sé todos tus oscuros secretos. No debería de bendecirte.
Teodoro: (Muy serio) Alfonso, por favor, sólo quiero ayudar a esas pobres gentes
que irán al infierno sin mi ayuda.
Alfonso: Recuerda, un mes en Catay y luego podrás irte a Cipango, si no lo cumples
te traerán de vuelta a España.
Teodoro: Gracias Monseñor, no le defraudaré.
Alfonso: Yo te bendigo hijo mío.
Se cierra el Telón.